Desde muy pequeño, Daniel Swarovski estuvo inmerso en el mundo del cristal: nació en Bohemia (que entonces era austriaca), uno de los centros de fabricación de vidrio y cristal más importantes de Europa en aquella época. Su padre tallaba cristal en una fábrica, y el futuro joyero disfrutaba viéndole trabajar durante horas y horas, aprendiendo de él el oficio.
Un día tuvo una idea revolucionaria: mientras visitaba la primera exposición internacional de electricidad en Viena, decidió inspirarse en las técnicas de Siemens y Edison para diseñar una máquina capaz de cortar y pulir cristal a la perfección. Finalizado 9 años más tarde, su invento revolucionó el mundo del cristal y sentó las bases de una empresa duradera.