Cuando se fundó Miami en 1896, la Pequeña Habana, al oeste del centro de la ciudad, no era más que una extensión de plantaciones. Con el paso de los años, se convirtió en el lugar preferido de los europeos antes de ser abandonado en los años cincuenta.
Veinte años después, el barrio recuperó su efervescencia al convertirse en refugio de los cubanos que huían del régimen castrista. La salsa se adueñó de las ondas, las panaderías y las ventanitas, lugares donde socializar y tomar el café más fuerte y dulce de la vida, se adueñaron de las calles. Aún hoy, la Pequeña Habana sigue siendo un punto vital para los inmigrantes de Sudamérica y Centroamérica, que traen consigo sus sabores, sus ritmos "calientes" y un dinámico espíritu de trabajo.